Pintura al fresco. 13,75 por 12,20 metros. 1536-1541. Ciudad del Vaticano.
Este nuevo encargo es inicialmente menor, pero el proyecto crece y termina por transformar completamente el muro: se eliminarán hasta las dos ventanas. La pared perderá su carácter de cierre, sustituida por la ficción de un cielo abierto inmenso. En ella ya no caben las equilibradas y armoniosas arquitecturas pintadas de la bóveda, sustituidas por el propio dinamismo y agrupaciones de los cuerpos.
El tema es el final de los tiempos, la resurrección de los muertos, y la bienaventuranza o condenación de cada uno de ellos. Es un tema tradicional pero que ahora se plasma de acuerdo con los cambios que se han producido desde que finalizó la bóveda: la definitiva ruptura con los protestantes ha provocado una sensación de crisis que acaba con el optimismo anterior. De ahí que predomine un dramatismo trágico en toda la obra, nueva expresión de la terribilitá miguelangelesca.
Se estructura en cuatro registros horizontales. Las dos superiores se ocupan del cielo: arriba, dos grupos de ángeles con los instrumentos de la pasión, y a continuación la Gloria. En el centro, un Cristo airado y una Virgen misericordiosa miran en direcciones opuestas, a los que se salvan y a los que se condenan. A su alrededor, creando un efecto rotatorio en torno a Cristo
(Sol Iustitiae), la enorme masa de los bienaventurados. El tercer registro es la región del aire, centrado en torno a los ángeles trompeteros que llevan los libros de la Vida y de la Muerte. A la izquierda observamos a los salvados, que ascienden, mientras a la derecha caen los condenados. Por último, el último registro muestra a un lado la tierra, con los muertos que resucitan, y la conducción de los condenados al infierno, representada (única referencia mitológica) mediante un trasunto de la barca de Caronte.
Sin embargo el resultado no es estático, a pesar de que es una composición aparentemente plana, en la que Miguel Ángel prescinde de la perspectiva tridimensional. En todo caso, transmite una sensación de convexidad, como si la escena fuese proyectada sobre una esfera. Y el dinamismo es total, gracias al doble juego de direcciones que se establecen: por un lado en sentido ascendente y descendente, y por otro por la sensación de rotación en torno a Cristo.
El color del conjunto viene determinado por el contraste entre las carnaciones y el azul profundo del cielo, roto sólo por el brillo eléctrico de las escasas vestiduras. El predominio de los desnudos generó pocos años después un debate que condujo ocultar algunos de ellos con repintes (eliminados en restauraciones recientes), por considerarlos poco convenientes.
La originalidad del planteamiento, la fuerza de las figuras, sus violentos escorzos, la complejidad de la composición nos anuncia ya el triunfo del manierismo, y de algún modo nos anticipa algunos aspectos del Barroco.
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El Juicio Final |
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Esquema |
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Personajes |
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El centro de la Gloria |
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Ángeles con los instrumentos de la Pasión |
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Ángeles con los instrumentos de la Pasión |
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Bienaventurados |
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Bienaventurados |
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Ángeles trompeteros |
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Resurrección de los muertos |
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Los que se salvan |
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Los que se condenan |
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La barca de Caronte y el Infierno |
Detalles:
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Cristo y la Virgen |
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Ángeles |
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Ángeles |
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Moisés |
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Bienaventurados |
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Santa Catalina de Alejandría |
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San Bartolomé con el autorretrato de Miguel Ángel |
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Libro de los Salvados |
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Ángel trompetero |
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Resurrección de los muertos |
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Grupo ascendente |
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Grupo descendente |
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Iracundo |
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Desesperado |
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Desesperado |
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Biagio de Cesena como Minos |
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Diablo |
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Clave |
Giorgio Vasari nos cuenta más detalles:
Estaba
Miguel Ángel por ponerse a trabajar en las estatuas cuando el Papa
quiso que volviera a su lado, para pintar el testero de la capilla de
Sixto, en que ya había pintado el techo para Julio II, su sobrino.
En esa pared, quería Clemente que pintase el Juicio Final, para
mostrar todo lo que puede producir el arte del dibujo. Y en la otra
pared, sobre la puerta principal, deseaba el Sumo Pontífice que
Miguel Ángel pintara a Lucifer arrojado del cielo a causa de su
soberbia y precipitado en el Infierno junto con todos los Ángeles
que con él pecaron. Se ha sabido que años atrás Miguel Ángel
había hecho ya varios bocetos de esas composiciones, uno de los
cuales fue realizado en la iglesia de la Trinidad, en Roma, por un
pintor siciliano que sirvió a Miguel Ángel durante muchos meses
preparándole los colores.[...]
Había
realizado ya Miguel Ángel más de las tres cuartas partes del Juicio
Final cuando fue a verlo el Papa Pablo. Y Messer Biagio da Cesena,
maestro de ceremonias y persona escrupulosa, que estaba en la capilla
con el Papa, interrogado acerca de su parecer sobre la obra, dijo que
era muy escandaloso, en un lugar tan sagrado, haber hecho tantos
desnudos que tan deshonestamente muestran sus vergüenzas y que no
era obra para la capilla del Papa sino para una casa de baños o una
hostería. Disgustó esto a Miguel Ángel y queriendo vengarse,
apenas se fue Biagio pintó su retrato, de memoria, poniéndolo en el
Infierno como imagen de Minos, con una gran serpiente enroscada en
las piernas y sobre un montón de diablos. Fue inútil que Biagio
pidiera al Papa y a Miguel Ángel que se borrase su retrato, pues lo
dejó allí como recuerdo, donde aún se ve.
Ocurrió
en esa época que Miguel Ángel se cayó del andamio en que trabajaba
en esa obra, colocado a no poca altura, y se lastimó una pierna,
pero en su sufrimiento y su cólera no quiso ser atendido por nadie.
Vivía entonces el maestro Baccio Rontini, florentino, amigo suyo,
excelente médico y aficionado a las artes. Se compadeció de Miguel
Ángel y fue un día a golpear a la puerta de su casa y como nadie le
contestó entró por una puerta excusada y pasando de habitación en
habitación llegó hasta donde estaba el artista muy malparado. El
maestro Baccio no quiso abandonarlo ni alejarse de su lado hasta que
se repuso completamente.
Volvió
Miguel Ángel a la obra y en pocos meses la terminó, dando tanta
fuerza a su pintura que verificó el dicho de Dante: Muertos los
muertos, vivos parecen los vivos. Mostró en ese fresco la
miseria de los condenados y la alegría de los bienaventurados.
Cuando se descubrió ese Juicio, Miguel Ángel no sólo resultó
vencedor de los primeros artistas que habían tratado ese tema, sino
que superó su propia obra del techo de la Sixtina que le había dado
tanto renombre. Supo imaginar el terror de esos días y para mayor
castigo de quienes no han vivido bien, representó toda la Pasión de
Jesucristo, haciendo llevar en los aires la cruz, la corona de
espinas, la lanza, la esponja, los clavos y la columna por varias
figuras desnudas en diversas actitudes, muy difíciles de ejecutar a
pesar de la soltura con que están hechas. Allí está Cristo sentado
volviendo su rostro terrible hacia los condenados, a los que maldice
no sin causar gran temor a la Virgen, que oyendo y viendo tanto
desastre se tapa la cara con el manto.
En
total, trabajó ocho años en esta obra, que fue descubierta en el
año 1541 (según creo), el día de Navidad, causando estupor y
maravilla a toda Roma y al mundo entero. Yo, que ese año fui de
Venecia a Roma para verla, quedé estupefacto.
[…]
Entre
tanto, supo Miguel Ángel que Pablo IV tenía intención de hacerle
corregir el Juicio Final de la Capilla Sixtina, pues decía que las
figuras mostraban sus vergüenzas de modo harto deshonesto. Cuando la
voluntad del Papa fue comunicada al artista, éste contestó:
«Decidle al Papa que eso es cosa muy insignificante, y fácilmente
se puede arreglar; que arregle él el mundo, pues las pinturas se
arreglan muy pronto».
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