domingo, 11 de mayo de 2014

Salvador Dalí: La persistencia de la memoria


Óleo sobre lienzo, 24 x 33 cm. 1931. Museo de Arte Moderno (Nueva York)

«Era una tarde que me sentía cansado y tenía un poco de dolor de cabeza, cosa muy rara en mí. Teníamos que ir al cine con unos amigos y en el último momento decidí quedarme. Gala iría con ellos y yo me quedaría en casa para ir pronto a dormir. Habíamos rematado nuestro almuerzo con un camembert muy vigoroso y cuando hubo marchado todo el mundo permanecí un buen rato sentado en la mesa meditando sobre los problemas filosóficos de lo que era “superblando” en el queso que se prestaba en mi espíritu. Me incorporé para ir a mi estudio, donde encendí la luz para dar una última ojeada, como tengo por costumbre, a la obra que estaba pintando. Esta pintura representaba un paisaje cercano a Portlligat donde las rocas estaban iluminadas por un atardecer transparente y melancólico; en primer término, un olivo con las ramas cortadas y sin hojas. Sabía que la atmósfera que había conseguido crear con este paisaje había de servir de marco a alguna imagen sorprendente; pero no sabía qué sería. Me disponía a apagar la luz cuando instantáneamente “vi” la solución. Vi dos relojes blandos, uno de los cuales colgaba lastimosamente de la rama de olivo. A pesar de que mi dolor de cabeza se había acentuado mucho, preparé ávidamente la paleta y me puse manos a la obra. Cuando Gala volvió del cine, dos horas más tarde, la pintura, que habría de ser una de las más famosas, ya estaba a punto. Le hice sentar delante, con los ojos cerrados: “A la una, a las dos, a las tres, abre los ojos!”. Yo miraba fijamente el rostro de Gala y vi en él la contracción inconfundible de la maravilla y la sorpresa. Eso me convenció de la eficacia de mi nueva imagen, porque Gala no se equivoca nunca en juzgar la autenticidad de un enigma. Le pregunté: ¿Crees que dentro de tres años habrás olvidado esta imagen? Nadie podrá olvidarla después de verla.»

«Al cabo de pocos días, un pájaro venido de América adquirió mi pintura de los “relojes blandos”, a la cual di el título de La persistencia de la memoria. Este pájaro tenía unas alas negras tan grandes como las de los ángeles de El Greco y no se veían, y vestía un traje de dril blanco y un sombrero de jipijapa perfectamente visibles. Era Julien Levy, que más adelante habría de dar a conocer mi arte en los Estados Unidos. Me confesó que consideraba muy extraordinaria mi obra, pero que la compraba para usarla como propaganda y para exhibirla en su misma casa, porque la consideraba inapta para el público e invendible. Mas fue vendida y revendida, hasta que la colgaron, al final, en las paredes del Museo de Arte Moderno, y fue sin duda la pintura que tuvo “el éxito de público” más completo. La vi recopiada unas cuantas veces en la provincias por pintores aficionados que trabajaban sobre fotografías en blanco y negro –y, por tanto, con los colores más caprichosos. ¡También fue utilizada para llamar la atención en los escaparates de las droguerías y de las tiendas de muebles!» (La vida secreta de Salvador Dalí)


El cuadro, de pequeño formato, corresponde a la etapa en la que Dalí alcanza la estabilidad personal (convivencia con Gala, musa, modelo y compañera) y profesional (es aceptado y muy reconocido en el grupo surrealista). Configura el que será su estilo definitivo, e idea su método paranoico-crítico, mediante el que crea asociaciones irracionales de carácter onírico e instintivo, con las que expresa sus propios impulsos íntimos. Es además la época previa a su ruptura con los surrealistas, por motivos tanto políticos como personalistas, y al “salto” a Estados Unidos, y precisamente esta obra contribuirá a convertirlo en alguien muy conocido y admirado en aquel país.

La escena muestra un paisaje de Portlligat: la playa vacía y en penumbra, y al fondo el mar y los acantilados, ambos iluminados todavía por la intimista luz del atardecer. En primer plano, y también pleno de luz (con lo que equilibra visualmente las rocas del fondo), observamos un paralelepípedo de aristas rectas del que emerge un árbol seco, acompañado por un plano o tablero del que ignoramos su posición exacta. Hacia el centro, un elemento orgánico, pero amorfo y maleable, cubre unas rocas indeterminadas, adaptándose a su contorno. Por sus coincidencias con otras obras (El enigma del deseo, El gran masturbador), podemos identificarlo con el propio Dalí. Pero lo que irremediablemente atrae la atención del espectador son los cuatro relojes de bolsillo distribuidos sin orden aparente. Uno de ellos, de color rojo, está cerrado o invertido, pero cubierto de abundantes hormigas, que en el lenguaje del artista son símbolo de la putrefacción, y clara alusión a la muerte. Los otros tres son los conocidos relojes blandos, que marcan horas distintas y que parecen deshacerse ante nuestra mirada. La esfera de uno de ellos está ocupada por una gruesa mosca, ajena o indiferente.

Todo ello son alusiones a la indefinición del tiempo, explicitada desde antiguo: «¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.» (Agustín de Hipona, Confesiones XI). Ahora bien, para Dalí el tiempo es una categoría del mundo considerado real, el cual no es verdaderamente la realidad profunda de las cosas. Ésta se funda en lo instintivo, en el subconsciente, en lo irracional, en lo onírico. Allí el tiempo es inútil: se ablanda y se deshace, y sólo queda la memoria, y su voluntad de permanencia.

La técnica pictórica que elige el artista contribuye poderosamente a lo sugestivo y misterioso de la obra. Tenemos perspectiva, modelado, corrección plena en el dibujo... Aparentemente es una pintura académica que por la luminosidad y la brillantez de colores nos recuerda a los maestros del Quattrocento italiano. Pues bien, este naturalismo pleno refuerza poderosamente el carácter inquietante, irreal, de las escenas que representa.

Éste es uno de los muchos cuadros de Dalí que se hicieron muy populares, con continuas alusiones en el cine, en los chistes de los periódicos... Como en otros casos, el autor aprovechó el éxito: en 1949 diseñó una serie de joyas inspiradas en diferentes obras, entre las que no podían faltar los relojes blandos. Con mayor rigor, a principios de los años cincuenta realizó una nueva versión que tituló Desintegración de la Persistencia de la Memoria.


Antecedentes

Rocas en Port Lligat
El enigma del deseo (1929)
El gran masturbador (1929)
Otras obras de Dalí relacionadas con La persistencia de la memoria

Diseño de joya
Joya (1949)
Desintegración de la persistencia de la memoria (1952-1954)
Y en la cultura popular:
Colin Allen en Click, 1942
John Art Sibley, en Collier's, 1946
Matt Groening
En el MoMA

1 comentario:

  1. Éste es uno de los muchos cuadros de Dalí que se hicieron muy populares, con continuas alusiones en el cine, en los chistes de los periódicos... Como en otros casos, doctorariobo.com/paisajes-del-sur-de-marruecos/

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