Sello de 1963 con el retrato de Ribera |
Óleo sobre lienzo. 234 por 234 cm. 1639. Museo del Prado, Madrid
Estamos ante la representación del martirio de San Felipe (y no San Bartolomé como solía identificarse pese a la ausencia del cuchillo de desollar que era su atributo). Ha elegido el artista el momento anterior al suplicio, cuando los verdugos están alzando al santo que tiene los brazos atados a un palo. A la derecha un grupo de verdugos, uno levantando las piernas del mártir y los otros observando complacidos. Para contrastar con lo anterior –la acción terrible, el sufrimiento– y en la parte izquierda, la actitud doliente y resignada de la madre con el hijo en sus brazos.
Ribera fue uno de los mayores dibujantes y grabadores de su época y aquí le vemos encerrar las formas en líneas y volúmenes. Los ejes de estabilidad se resuelven con la verticalidad del madero y las estrías de la columna de la derecha, mientras que la horizontal la señala el travesaño al que tiene atadas las manos el protagonista. Las demás son líneas diagonales y sinuosas que acusan el movimiento.
El modelado se confía al contraste de claroscuros y, por tanto, a la luz . El acusado tenebrismo de la primera etapa del pintor lo encontramos muy amortiguado: si en un primer plano y en la zona inferior vemos sombras que nos hablan de ese tenebrismo, arriba observamos un fondo aclarado en el cielo que nos aleja de él. El color se va a aplicar en amplias zonas mediante pinceladas cargadas de materia cromática. Una paleta rica de marrones, grises, verdes, rojos, amarillos terrosos y cárnicos juega con los contrastes.
El motivo central se encuentra en la contraposición entre el esfuerzo de las dos figuras de la izquierda que tiran de la cuerda y la pesadez del cuerpo del santo que llena con su presencia la tela y que se acusa con un punto de vista bajo. El contraste es una de las bases compositivas: desnudo frente a personajes vestidos; frontalidad frente a escorzos; iluminación contra oscuridad; cárnicos frente a rojo.
Cuestión aparte son los ejes de las miradas: las hay que se dirigen al cielo, entre ellas las del santo; otras -la madre de la izquierda- mira al espectador y lo compromete; por último, otras miran al santo. La geometría soporta al resto de los elementos. Una diagonal nos marca el eje principal y la triangulación se repite por doquier desde la estructuración de las masas a las piernas de sayones y del santo, pasando por los triángulos incompletos de las cuerdas.
La pedagogía de Trento está aquí presente. El martirio es vía de santidad que niegan los protestantes. Y apostar por Dios, aún a costa de la propia vida, no es patrimonio de las clases privilegiadas. Ahí están esos rostros de pescadores napolitanos y ese tipo anatómico de cuerpo enflaquecido con el que el espectador se puede identificar. A él precisamente va dirigida la obra.
Composición |
Homenajes:
Manolo Valdés, Martirio de San Felipe |
Amancio González, Martirio de San Felipe |
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