martes, 6 de mayo de 2014

Edvard Munch: El Grito


Técnica mixta de óleo y pastel sobre cartón. 91 por 74 cm. 1893. Galería Nacional de Oslo.

«Paseaba por un sendero con dos amigos – el sol se puso – de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio – sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad – mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza.» Estas líneas, escritas por el artista en su diario el 22 de enero de 1892, se consideran como el punto partida de una obra que se ha visto como emblemática del siglo XX. La escena se sitúa en un mirador en la colina de Ekeberg, cerca de Oslo. Al fondo, la bahía con unos barcos frente a la ciudad. Los paseantes se alejan pero un personaje de rasgos indeterminados se vuelve hacia nosotros sin vernos, y estalla en un mudo grito de soledad, angustia y dolor.

Ahora bien, la enorme fuerza expresiva de la obra radica en el tratamiento pictórico que Munch le ha dado a esta nimia anécdota. La composición se ordena a partir de la figura imprecisa del protagonista, vertical pero sinuosa, que se opone a la pronunciada diagonal rectilínea de camino y valla. Del rostro desorbitado y de la boca descoyuntada parece emerger el grito del título, que se expresa mediante los gruesos, curvilíneos y torturados trazos que componen el resto del paisaje: tierra, mar y cielo. Y el contraste entre los tonos apagados, sucios, de la parte inferior, con la crudeza apocalíptica del cielo, causan el efecto casi sonoro de un lamento cada vez más agudo, que alcanza a colmar todo el cosmos.

Se ha querido percibir en la obra la representación de la soledad intima del individuo en la humanidad contemporánea que se ve como autosuficiente, pero que al mismo tiempo ha sufrido un vaciamiento, una pérdida de las referencias que le justificaban y le engarzaban con el universo. Pero no debemos exagerar esta explicación de tipo existencial. En realidad la obra debe relacionarse con las propias vivencias del artista, con los problemas de tipo psicológico y su incapacidad para relacionarse que arrastraba desde la infancia por la muerte temprana de su madre y de una hermana, y la locura de otra. Todas sus obras de esta época reflejan su obsesión por eros y tanatos, el amor y la muerte, a los que ve íntimamente relacionados.

El Grito tuvo un proceso de elaboración complejo, que podemos seguir a través de diversas obras. En la primera versión, Desesperación (1892), la figura es el propio Munch, que se apoya melancólicamente en la barandilla. En una segunda versión del mismo título, el personaje, más indeterminado y ensimismado, parece dirigirse hacia nosotros, alejándose de sus amigos. En la versión definitiva introdujo dos importantes modificaciones, el protagonista se hizo irreal y vaporoso, y prorrumpió en el grito del título. Se suele atribuir este cambio al recuerdo de las momias incaicas que había contemplado en uno de sus viajes.

Aunque inicialmente la obra es recibida con extrañeza, pronto se convierte en un éxito: Munch realizará otras versiones similares (una de ellas como litografía), y reutilizará algunos elementos en otras obras, como vemos en Inquietud (1894), lo que parece indicar la importancia que le concedía. Edvard Munch había ido más lejos que Van Gogh en la representación aparentemente alucinada de las cosas, al mostrar el universo real tal como se percibe desde ese otro universo paralelo (microcosmos) que es el propio artista. Los jóvenes pintores que pronto configurarán las distintas corrientes expresionista considerarán a ambos como sus auténticos iniciadores. El arte va a prescindir no sólo de las apariencias visuales, sino de la belleza tal como había sido considerada tradicionalmente.

Ernest Gombrich señala que «lo que irritó al público en cuanto al arte expresionista no fue tanto, tal vez, el hecho de que la naturaleza hubiera sido trastocada, como que el resultado prescindiera de la belleza (…). Pero Munch podría replicar que el grito de angustia no es bello, y que sería insincero no mirar más que el lado agradable de la vida. Los expresionistas sintieron tan intensamente el sufrimiento humano, la pobreza, la violencia y la pasión que se inclinaron a creer que la insistencia en la armonía y la belleza en arte sólo podían nacer de una renuncia a ser honrados.»


Los antecedentes:

Desesperación (1892)
Desesperación (1892)
Momia incaica
Consecuentes:

El Grito, 83,5 x 66 cm, témpera sobre cartón
El Grito (1895), litografía 35,5 por 25,4 cm.
Inquietud (1894). Óleo sobre lienzo. 94 por 73 cm


Estos otros son poco serios...



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