sábado, 8 de febrero de 2014

Miguel Ángel: Piedad Vaticana


Mármol, 1,74 metros por 1,95 de base, 1498, San Pedro del Vaticano, Roma

Es la única obra de Miguel Ángel que aparece firmada: la cinta que cruza el pecho de la Virgen expresa Michael Angelus Bonarotus florentin faciebat. Encargo de un cardenal y embajador francés, su composición sigue todavía un esquema triangular gotizante y cerrado, concebido para ser visto de frente. Sin embargo, la resolución es plenamente renacentista.

Representa a María, muy joven, con su hijo muerto en el regazo, tras la crucifixión. El cuerpo desnudo de Cristo, cadavérico pero de gran perfección formal y luminoso, pesa, tiende a resbalar, a caer. La Virgen, cubierta por una vestimenta de complicados y casi táctiles pliegues que crean juegos de luces y sombras (sólo quedan descubiertas manos y rostro), sostiene y al mismo tiempo muestra a su hijo (con el gesto de la mano izquierda, ya que la cara no expresa más que recogimiento interior). El juego de contrastes entre el cuerpo vivo y el muerto, entre la piel y las vestimentas, entre horizontalidad descendente y verticalidad ascendente, contribuyen a hacer más efectiva la obra.

Las dos figuras son plenamente naturalistas, pero idealizadas. Sin embargo, algunos reprocharon la aparentemente inadecuada juventud de María. Un escritor contemporáneo cuenta que Miguel Ángel contestó lo siguiente: “La Madre tenía que ser joven, más joven que el Hijo, para demostrarse eternamente Virgen; mientras que el Hijo, incorporado a nuestra naturaleza humana, debía aparecer como otro hombre cualquiera en sus despojos mortales”.

El resultado es totalmente renacentista. Miguel Ángel ha sabido fundir dolor y belleza. Ya no se representa el tema de la Piedad de modo aparatosamente dramático, sino por medio del recogimiento, de la contención, del silencio.


Giorgio Vasari, en su tan citada Vida de los más excelentes pintores y escultores, nos cuenta lo siguiente sobre esta obra:

Durante su estada en Roma progresó tanto, que no se podía creer que tuviese pensamientos tan elevados y realizara con tanta facilidad difíciles proezas; asombraba tanto a los que no estaban acostumbrados a ver tales cosas como a los que estaban acostumbrados a las buenas producciones, porque lo que los demás hacían parecía una nulidad comparado con lo de Miguel Ángel.

Lo cual despertó en el cardenal de Saint-Denis, llamado cardenal de Rohan, un francés, el deseo de dejar mediante tan excepcional artista algún digno recuerdo de sí en tan famosa ciudad, y le encargó una Piedad en mármol, de bulto entero, la cual, una vez terminada, fue colocada en San Pedro, en la capilla de la Virgen Maria della Febre, en el templo de Marte.


A esa obra, nunca piense escultor o artista sobresaliente poder añadirle jamás mejor composición o mayor gracia, ni superarla en finura, pulido o delicada talla del mármol, porque en ella se resume todo el valor y toda la fuerza del arte. Entre las bellezas que allí se encuentran, aparte de los divinos drapeados, se destaca el Cristo muerto; en belleza de los miembros y arte en la representación del cuerpo, es un desnudo insuperable, bien estudiado en cuanto a músculos, venas, nervios y huesos y, además, no hay muerto que parezca más muerto que éste. La dulcísima expresión del rostro y la concordancia en las coyunturas de brazos, piernas y torso, el trabajo de las venas, todo causa maravilla, y se asombra uno de que la mano de un artista haya podido hacer en tan poco tiempo cosa tan admirable; porque ciertamente es un milagro que una piedra, en principio sin forma alguna, pueda ser llevada jamás a la perfección que la naturaleza, con esfuerzo, suele dar a la carne.


Tanto consiguieron el amor y los esfuerzos de Miguel Ángel en esta obra que (cosa que nunca más hizo) puso su nombre en una cinta que ciñe el pecho de Nuestra Señora. Esto se debe a que un día, al entrar Miguel Ángel en la capilla donde está la Piedad, encontró allí a gran número de forasteros lombardos que alababan mucho la obra. Uno de ellos le preguntó a otro quién la había ejecutado y éste contestó: «Nuestro Gobbio, de Milán». Miguel Ángel nada dijo, pero le dolió que sus esfuerzos fuesen atribuidos a otro, de modo que una noche se encerró en la capilla con una luz y sus cinceles, grabó su nombre en la obra y describió acertadamente un bellísimo espíritu en estos versos:


          Bellezza ed onestate,
          E doglia e pietà in vivo marmo morto,
          Deh, come voi pur fate,
          Non piangete sì forte,
          Che anzi tempo risveglisi da morte,
          E pur, mal grado suo,
          Nostro Signore, è tuo
          Sposo, figliuolo e padre,
          Unica sposa sua figliuola e madre.


          Belleza y honestidad,
          y dolor y piedad vivientes en el mármol muerto,
          por favor, ¿cómo pudiste hacerlo?,
          no llores tan fuerte,
          que antes del tiempo despertará de la muerte,
          y no obstante, a pesar suyo,
          Nuestro Señor es tu
          esposo, hijo y padre,
          única esposa su hija y madre.


 Esta Piedad le dio mucha fama y si bien algunos tontos dicen que hizo demasiado joven a la Virgen ¿no advierten ni saben que las personas vírgenes inmaculadas mantienen y conservan largo tiempo la expresión de su rostro sin alteración alguna, mientras que con los afligidos, como Cristo, ocurre lo contrario? De modo que esa obra agregó bastante más gloria y fama a su talento que todas las anteriores.

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